martes, 22 de febrero de 2011

La muerte... esa desconocida...

Todos morimos algún día. Irrefutable y necesaria verdad, algo conocido desde que el primer homínido caminó por este bello orbe azul. Puede parecer una perogrullada, lo reconozco, sin embargo, observando como se nos prepara ante la muerte, dicha obviedad comienza a tomar dimensiones más interesantes.

La palabra muerte es un tabú, quizá el más temido jinete del Apocalipsis, ya que significa el punto final del devenir vital del individuo, identificado con pestes, guerras y demás atrocidades. Un curioso tabú, ya que se refiere a una parte del ciclo de la vida tan importante como el mero nacimiento del individuo.

¿Y por qué el hombre teme a la muerte? La muerte inspira miedo al ser humano, miedo al vacío, y a descubrir que somos simples y llanos seres vivos, que, en un momento dado, acaban su existencia, sin vuelta de hoja.

Esta realidad me lleva a una reflexión que, no os voy a mentir, resulta realmente interesante: el hombre crea a Dios por miedo a la muerte. Ya que, como fin de la partida que significa, llega igualmente al bueno como al malo, al generoso como al egoista, sin hacer distinción de clases ni pasados.




Por supuesto, esto trasciende sobre cualquier justicia aplicable por el hombre (imaginad que vuestro vecino, de vida disoluta y reprobable, va a acabar exactamente en el mismo lugar que vosotros, de vida recta y loable... o algo así), por lo que el ser humano inventa a Dios, un ser todopoderoso que aplica una justicia post-mortem (llamadlo juicio de almas los creyentes si deseáis) cual forense ante un fallecimiento enigmático. Por otro lado, este Dios promete a aquellos fieles y justos una "vida espiritual" eterna de iluminación... promesas dignas del mismo David Koresh (aquel simpático sectario que se atrincheró en Waco y acabó con su vida y la de sus adlateres).

Bien, expuesto esto, la vuelta de tuerca definitiva... en el día a día, observas como una gran cantidad de creyentes (o al menos eso dicen) tienen miedo a la muerte. Es decir, aquellos cuya salvación debería estar asegurada tienen miedo de fallecer... (ante este sinsentido el propio Aristóteles se colgaría de un madero).

Desde la tierna infancia se nos ha enseñado a la muerte como algo oscuro, tétrico, lúgubre y triste. Engañamos vilmente a nuestros menores diciendo que sus familiares menores "se han ido de viaje"; la televisión nos da una imagen tenebrosa de la muerte (salvo Padre de Familia) y, bueno, la Iglesia colabora atemorizando a su rebaño con el miedo a un tormento eterno tras el fallecimiento de aquellos que han sido "pecadores".

Es nuestra tarea cambiar esto, dejar de temer a la muerte e instruir a los nuestros sobre la naturalidad del fallecimiento. Los velatorios entre plaños y golpes de pecho no sirven más que para avivar este círculo que solo trae la infelicidad.

Una vez valoremos la muerte como tal, podremos admirar la vida en su total extensión