lunes, 12 de septiembre de 2011

Tres palabras


Salitre en la piel amarfilada de un sueño hecho persona, iluminada por el tímido sol anaranjado del amanecer. El murmullo de las barbas de Poseidón cuando rompen en tierra firme, roto eventualmente por las gaviotas. No podía haber un escenario más propio para un momento único en la vida.

Una sonrisa sin par, deslumbrante, capaz de iluminar el más oscuro abismo, acompañado de la mirada que cualquier hombre desearía ver el resto de los días de su vida. En ese exacto momento, el mundo se detuvo, resultando superfluo todo lo que lo habita salvo tan excepcional sirena.

No hubo decenas de rosas como en los épicos romances, tampoco hacía falta, no era preciso oropel alguno para dicho momento, su autenticidad y simbolismo no necesitaba ser acompañado por metales o presentes, pues su sola presencia ya es el mayor de los presentes que se puede desear.

Tres palabras brotaron…

La primera fue amor, pues ¿no es amor que el torrente sanguíneo de nuestro interior se detenga ante tal visión? ¿no es amor desear ser acompañado el resto del camino por quien se desea? ¿no es amor sonreír como nunca sólo con escuchar su voz?

La segunda fue devoción, entusiasmo y fervor por aquella que es capaz de hacer temblar el pulso con una caricia. Ofrecer vida y sueños, hombro para la tristeza y carcajada para la alegría. ¿a caso no es de ley jurar devoción a la persona amada?

La tercera fue constancia, acompañada de compromiso, pues todo aquel que es llevado al cielo, da su alma por permanecer en él y, humildemente, no puedo imaginar una definición más fiel de cielo que aquel mismo instante.

No hay comentarios:

Publicar un comentario